La caranga es un bicho tan despreciable que la Real
Academia de la Lengua no le ha gastado un solo renglón; ni el griego, ni mucho
menos el latín, la lengua de Dios, le han otorgado alguna raíz para su
definición. Los carangólogos, no
obstante, lo denominan chinche y lo clasifican como hermano
medio del piojo, insecto con más clase social por vivir en la cabeza de los
niños.
Después de tantos desaires de las lenguas, alguna
compensación habría de tener la simple caranguita, y es que ¡puede resucitar! En otras palabras, puede pasar
de la insignificancia a la grandeza de
un Dios, y pavonearse, la muy insolente, por dentro de las sábanas de todo
cristiano, para extraerle sangre, incluso, a los fundillos más aristocráticos.
¿Y cómo identificar una charanguita resucitada?
Nadie más exquisito que ellas para las comidas, sin dejar
de expresar un cierto fastidio por las manos de todos, y lo que le faltó o le
sobró a cada plato. Con todo, se la pasan tragando seguidito, seguidito y pero bastantico.
En cuanto a vestimenta,
prefieren hablar de fashión, de últimas
tendencias, de costosas marcas, de los mejores estilos y de reconocidos
diseñadores. Sus verbos predilectos son: vitriniar, loliar, preguntar y finalmente fiar.
De amistades, ni qué hablar. Tienen que ser de lo más
exclusivo. Nada de muertos de hambre, de
pobretones, de ignorantes, de pedigüeños, ni de zarrapastrosos.
En síntesis, a una caranga resucitada nada le sirve, nada
le gusta, y así no tenga un peso, aspira a manjares de dioses, de todas maneras
está resucitada.
Juan Manuel Pérez
Juan Manuel Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario