viernes, 21 de abril de 2017

Caranga resucitada



La caranga es un bicho tan despreciable que la Real Academia de la Lengua no le ha gastado un solo renglón; ni el griego, ni mucho menos el latín, la lengua de Dios, le han otorgado alguna raíz para su definición.  Los carangólogos, no obstante,  lo  denominan chinche y lo clasifican como hermano medio del piojo, insecto con más clase social por vivir en la cabeza de los niños.

Después de tantos desaires de las lenguas, alguna compensación habría de tener la simple caranguita, y es que  ¡puede resucitar! En otras palabras, puede pasar de la insignificancia  a la grandeza de un Dios, y pavonearse, la muy insolente, por dentro de las sábanas de todo cristiano, para extraerle sangre, incluso, a los fundillos más aristocráticos.

¿Y cómo identificar una charanguita resucitada?

Nadie más exquisito que ellas para las comidas, sin dejar de expresar un cierto fastidio por las manos de todos, y lo que le faltó o le sobró a cada plato. Con todo, se la pasan tragando seguidito, seguidito y pero bastantico.
  
En  cuanto a vestimenta, prefieren hablar de fashión, de últimas tendencias, de costosas marcas, de los mejores estilos y de reconocidos diseñadores. Sus verbos predilectos son: vitriniar,  loliar, preguntar y finalmente fiar.

De amistades, ni qué hablar. Tienen que ser de lo más exclusivo. Nada de muertos de hambre, de  pobretones, de ignorantes, de pedigüeños, ni de zarrapastrosos.


En síntesis, a una caranga resucitada nada le sirve, nada le gusta, y así no tenga un peso, aspira a manjares de dioses, de todas maneras está resucitada. 

Juan Manuel Pérez

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