viernes, 28 de diciembre de 2018

Más alzao que enagua de loca


 

 
Las enaguas son una prenda femenina en forma de falda que va entre la ropa interior y la pollera. Su nombre se debe a que las mujeres la dejaban al descubierto solo cuando se metían a los charcos y quebradas. Fuera del agua, era una trapo en formas de embudo con muy poca utilidad, además de permitirles a las señoritas, y principalmente a las monjas más pudor todavía del que ya, de por sí, los curas les impusieran. 

Las enaguas fueron inventadas dizque para dar forma a la pollera, prevenir la irritación de la piel por causa de telas ásperas, para impedir que la falda dejara traslucir los calzones, crear una cierta cámara de refrigeración y frenar cualquier ventarrón indiscreto que dejaran a las señoras y señoritas en boca de los mojigatos y ante los ojos de hombres curiosos y ganosos.

Ahora bien, que una mujer se levante la falda en media calle equivale, en un hombre, a bajarse los calzones, pero alzarse las enaguas equivaldría a quedar en peloto ante los ojos del respetable público; en otras palabras, cometer una grosería. Claro está que a las locas todo se les permite con tal de no montarse encima de los caballeros; así que es muy común que las locas se mantengan con pollera y enaguas en la nuca.


Por otro lado, bien sabemos que a comienzos del siglo pasado la falda, junto con las enaguas comenzaron muy lentamente su ascenso desde los tobillos, pasando por los gemelos, hasta quedar en las rodillas. A este punto, hubo una guerra fría, principalmente en los colegios de monjas: mientras que las niñas más rebeldes jalaban coleta para arriba, aquéllas tiraban para abajo, como si se tratara de un bandoneón.


A comienzos del 2000, las enaguas renunciaron a compartir con las faldas esta guerra de encoja y estire, lo que permitió que la pollera emprendiera nuevamente su ascenso de la rodilla hacia los muslos, y de allí hasta el coxis, donde se estacionó por no tener más hacia donde treparse. Con esto, las locas dejaron de alzarse la bata y las enaguas. Buena oportunidad para que los calzones adquirieran mejor estatus protagónico y mejoraran su presentación hasta el punto de pasar a denominarse de manera cariñosa como “cucos”; de manera provocadora, como “tangas“, de forma irresistibles como “cacheteros” y, ni hablar del peluquín cuando se trata del incómodo Hilo dental 

Juan Manuel Pérez

lunes, 17 de diciembre de 2018

Cosiámpiro



“Mijo, cójame ese cosiámpiro que está allá en esa caja”. La palabrita “cosiámpiro”, quién creyera, es la más útil del diccionario, ya que saca de apuros a cualquier olvidadizo o ignorante en determinados nombres de objetos.  Claro pues que un olvido lo puede tener cualquier cristiano, o si no, pregúntele a la abuelita por ese alemán que le hace perder la cabeza, de apellido Alzheimer.

Para encontrar el origen de “cosiámpiro” tenemos que remontarnos, quién creyera, nada más y nada menos que al mismo Aristóteles cuando hablaba a sus discípulos sobre aquél fluido hipotético, invisible, elástico, sin peso y que llena cualquier espacio permitiendo el paso de la energía.  Más de uno, posiblemente se imaginó algún de esos gases groseros que se nos escapan a los animales, desde las bestias hasta los hombres y mujeres más civilizados; pero no, se trataba de otro fluido mas complejo llamado éter.
 

sábado, 15 de diciembre de 2018

Mamar gallo


 

Nada raro que la palabra “mamar” le ponga los cachetes colorados a cualquier cristiano, exceptuando al campesino, el cual se la pasa a toda hora hablando de tetas, y de mamar en todos los tiempos verbales, cuando se refiere a sus vacas.  Pero ya en la ciudad, en donde si acaso vemos una vaca pintada en las bolsas de Colanta, el verbo mamar no debe aflorar en los labios de una persona bien educada y de fundillo aristocrático, puesto que bien sabemos que no estamos hablando de vacas. La pregunta es, ¿por qué a cualquier niño, cura, señora y hasta señorita se le permite que mame a un gallo?

 

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Goterero


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Es propicia la época navideña para traer a la memoria a este personaje que no se pierde reunión social, bautizo, cumpleaños, matrimonio, grado, rumba navideña o entierro para entrar a saco y aplicarse una pea sin meterse la mano al dril.


Este personaje es un genio, pues no es sino destapar una botella para que aparezca. Se hace invitar a beber y nunca paga la cuenta. A uno de esos lo apodaron gallina vieja porque come, bebe y no pone.

Hay gotereros de profesión. Conocí uno muy particular en el centro de Medellín, era un curita viejo muy querido que recorría algunos bares como el Colón, el San Fernando, el Zoratama, es decir en el pasaje la Bastilla y alrededores y terminaba más rascao que güeva de perro, pues nunca faltó quienes le suministraran el guaro.

El “goterero”, llamado también gorrón, tiene distintas estrategias para no participar en la vaca para pagar la cuenta. Conocí uno que mantenía en el bolsillo un billete grueso, de esos que nunca tiene devuelta; lo mostraba y decía que no tenía menuda. Otra estrategia muy socorrida es calcular el momento en que van a pedir la cuenta y salir para el orinal donde espera a que la cuenta esté saldada. Hay también quienes se duermen a la hora de pagar.


Francisco Arango Mejía