Las enaguas fueron inventadas dizque para dar forma a la pollera, prevenir la irritación de la piel por causa de telas ásperas, para impedir que la falda dejara traslucir los calzones, crear una cierta cámara de refrigeración y frenar cualquier ventarrón indiscreto que dejaran a las señoras y señoritas en boca de los mojigatos y ante los ojos de hombres curiosos y ganosos.
Ahora bien, que una mujer se levante la falda en media calle equivale, en un hombre, a bajarse los calzones, pero alzarse las enaguas equivaldría a quedar en peloto ante los ojos del respetable público; en otras palabras, cometer una grosería. Claro está que a las locas todo se les permite con tal de no montarse encima de los caballeros; así que es muy común que las locas se mantengan con pollera y enaguas en la nuca.
Por otro lado, bien sabemos que a comienzos del siglo pasado la falda, junto con las enaguas comenzaron muy lentamente su ascenso desde los tobillos, pasando por los gemelos, hasta quedar en las rodillas. A este punto, hubo una guerra fría, principalmente en los colegios de monjas: mientras que las niñas más rebeldes jalaban coleta para arriba, aquéllas tiraban para abajo, como si se tratara de un bandoneón.
A comienzos del 2000, las enaguas renunciaron a compartir con las faldas esta guerra de encoja y estire, lo que permitió que la pollera emprendiera nuevamente su ascenso de la rodilla hacia los muslos, y de allí hasta el coxis, donde se estacionó por no tener más hacia donde treparse. Con esto, las locas dejaron de alzarse la bata y las enaguas. Buena oportunidad para que los calzones adquirieran mejor estatus protagónico y mejoraran su presentación hasta el punto de pasar a denominarse de manera cariñosa como “cucos”; de manera provocadora, como “tangas“, de forma irresistibles como “cacheteros” y, ni hablar del peluquín cuando se trata del incómodo Hilo dental.
Juan Manuel
Pérez